Mientras tanto, en una sociedad humana que ha marcado el ritmo a buena parte del resto del mundo durante el último siglo, hay un macho muy dominante que tiene el poder. Se ha erigido en protector de los ciudadanos que lo han elegido y también pretende hacer de mediador en conflictos internacionales. Y desde el primer día de su mandato, a golpe de decreto ha querido dejar muy claro que él es quien toma las decisiones.
Sin embargo, al menos en el terreno de la ciencia y la tecnología, hemos visto esta semana cómo el poder de Trump es más relativo de lo que él quiere mostrar con sus mediáticos golpes en el pecho que realiza a diario. Su propuesta de presupuestos mostraba claramente una voluntad de cargarse los cohetes SLS y las naves Orion —diseñadas por la NASA para viajar a la Luna— en cuanto un astronauta estadounidense volviera a pisar nuestro satélite natural. Pero él no puede tomar esa decisión. Corresponde al Congreso de EE UU decidir si se dejan de financiar los proyectos que están en marcha.
Y poco después de que Trump presumiera de haber sacado adelante su "gran y hermosa ley" nos dimos cuenta de que esta encierra al menos una derrota: de entrada, el Congreso ha añadido a la megaley una disposición para destinar 10.000 millones de dólares extra a seguir pagando esos cohetes de la NASA y estaciones espaciales, que además son claves para el programa espacial de Europa. Su idea era privatizar la exploración espacial humana. Y Elon Musk y Jeff Bezos, dos de los hombres más ricos del mundo, se estaban frotando las manos a la espera de que les cayeran a ellos contratos multimillonarios.
Mi compañero Nuño Domínguez explica con detalle en esa noticia por qué los congresistas estadounidenses han tomado la decisión de llevarle la contraria a su líder (casi)todopoderoso. Y escasos días después, han votado tumbar en el Senado la propuesta de Trump de reducir en un 47% el presupuesto de ciencia de la NASA. Al final, pese a esa nueva derrota, la moción quedó paralizada por cuestiones técnicas no relacionadas con ese punto.
Parece que el hombre dominante de EE UU —y del mundo occidental— no lo va a tener tan fácil para eliminar programas espaciales que producen importantes beneficios económicos en estados clave para los miembros de su manada política. En paralelo a esas relativas derrotas, la comunidad científica se moviliza para intentar frenar la amenaza que el Gobierno de Trump representa: Académicos de 11 países denuncian que “Estados Unidos se ha convertido en un régimen autoritario” y “hostil” hacia la ciencia.
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