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Aquella felicidad acabó cuando fue cesado en enero de 2012 tras la llegada al poder en la ciudad de Foro Asturias, el partido de Álvarez Cascos. Había gente que le tenía ganas: aún recuerdo ver en la televisión local, durante el certamen, un coloquio en que a José Luis le afearon que no hubiera llevado a la alfombra roja a Sofía Loren. A él sí le gustaban los clásicos, pero otros, como Richard Fleischer, Julien Temple o Karel Reisz. Ellos sí pisaron, por cierto, Gijón.
Y ahora empieza el triple salto mortal. Meses más tarde de su despido, fue fichado para liderar el festival de cine europeo de Sevilla. Cienfuegos se mudó a la capital andaluza para que entendieran que él no era un paracaidista. Involucró a los cineastas locales y en general al mundo cultural sevillano para que asumieran que ese festival era también el suyo. Lo logró. Las sesiones se volvieron a llenar. La Academia de Cine Europeo anunciaba allí sus candidaturas y los creadores del continente pisaban Triana.
José Luis luchó contra cortapisas como la burocracia (actualmente en los festivales hay un director artístico y un gerente, y en ocasiones, cuando se dan fallos, unos se pasan el marrón a los otros; José Luis, fuera cual fuera el desastre, lo encaraba como suyo). Y con sus contactos internacionales, logró programar grandes títulos; así acabaron a orillas del Guadalquivir otra miriada de cineastas distintos, fascinantes y rompedores. De paso, dio espacio a la explosión del entonces denominado “otro cine español”, creó secciones para las nuevas narrativas, y prosiguió con su obsesión, que repetía como si tuviera una matraca en la mano: que la gente joven pisara las salas y descubriera que allí había películas para ellos.
En 2023, alcanzó su último destino, la Seminci de Valladolid, un festival que había realizado su propia revolución en el cambio de siglo con Fernando Lara como director entre 1984 y 2004: Cienfuegos se consideraba discípulo de las maneras de hacer de Lara. De nuevo, reinvención; de nuevo, entendimiento con políticos que, aunque el gestor no fuera de su ideología, sí supieron respaldar la visión de Cienfuegos; de nuevo, obsesión por mostrar a la juventud el disfrute de las salas y de conectar con el entramado cultural local. El año pasado programó un fascinante ciclo con el nuevo cine indie estadounidense, y visitaron Valladolid los llamados a ganar el Oscar dentro de una década. Todo, olfato de José Luis. El pasado 1 de noviembre la 70ª Seminci se cerró con 103.000 espectadores y un accidente curioso: en la lectura matinal del palmarés, José Luis se cayó del estrado y sufrió un fuerte estropicio en un pie. "Ahora voy a ser carne de meme", bromeó, continuando con el acto.
El martes por la tarde me acordé de Bueres, de Domínguez, de Mariona, su pareja, de quienes han trabajado con él y de quienes he conocido por él; de un montón de conversaciones y confidencias, de las últimas charlas con él (me pidió, y por supuesto acepté y fui, ser jurado de un evento de industria durante la pasada Seminci, e hice malabares con la agenda y la conciliación para no fallarle). Me acordé de por qué es el mejor director de festivales: por lo que hizo y por su legado. Creó una manera de programar, y ahí estaba Fran Gayo (que falleció el pasado mes de mayo), y están Alejandro Díaz Castaño y Tito Rodríguez (director y jefe de programación, respectivamente, del resurgido festival de Gijón) o Javier H. Estrada (jefe de programación de la Seminci). Como gestor cultural era hiperexigente, intuitivo, arrollador, obsesivo compulsivo con su programación, sin filtros ni horarios en lo laboral, enorme fajador por llevar a sus eventos más y mejores películas, siempre atento a los papeles oficiales y a que sus festivales tuvieran la mejor consideración posible por las Administraciones... Sus equipos le amaban y le odiaban porque les reclamaba lo que antes se había pedido a sí mismo, la máxima excelencia. Ahora bien, cuando el resultado era bueno, era un éxito del equipo.
Lo mismo nos pasaba a los periodistas: era puntilloso, inasequible al desaliento. Eso sí, a cambio te reías con él: "José Luis, eso no cuela". Y se partía. Como amigo voy a echar de menos esa risa, o sus conclusiones repentinas de las llamadas telefónicas (acababan cuando él decidía, con un "hala, hala, adiós, adiós"). Mucho de este texto lo pudiste leer de manera similar en este In memoriam, pero me parecía fundamental explicar en esta newsletter lo difícil que es programar con criterio, acierto y poco dinero un festival de cine. Y ahí José Luis fue dios en la tierra fílmica.
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