Queridas y queridos lectores:
Con ocasión del 41º aniversario del bombardeo estadounidense sobre Hiroshima y Nagasaki ―esta semana conmemoramos el 80º― Gabriel García Márquez se preguntaba, en un discurso que fue publicado en este periódico, si la Tierra no sería el infierno de otros planetas. El poder inimaginable de la bomba atómica, capaz de borrar varias veces nuestra existencia, pesa sobre nuestra vida siempre, sobre todo cuando cada vez más naciones quieren tenerla ―y, por supuesto, que ningún otro la tenga―. La creación y sofisticación de estas armas comporta además un inmenso esfuerzo presupuestario en el que el Nobel colombiano advertía un único consuelo: “comprobar que la preservación de la vida humana en la Tierra sigue siendo todavía más barata que la peste nuclear”.
“El tremendo apocalipsis cautivo en los silos de muerte de los países más ricos está malbaratando las posibilidades de una vida mejor para todos”, decía Gabo. En concreto, sobre Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia, China, la India, Pakistán, Corea del Norte e Israel ―los Estados nucleares― pesa la responsabilidad de la vida humana. Un minuto después de que la bomba estadounidense explotara una mañana sobre Hiroshima, tres días antes de Nagasaki, 70.000 personas ya habían muerto.
A este número puede acercarse trágicamente el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con su guerra de fuego y hambre en la franja de Gaza, que ahora planea ocupar en su totalidad: más de 60.000 gazatíes han muerto bajo la inmisericorde metralla israelí en casi dos años de conflicto.
Al conmemorar ocho décadas de esta tragedia —que hoy se une a la de millones de palestinos (y de sudaneses, cameruneses, somalíes…)— es necesario recordar la misión que les encomendó Gabo a quienes conmemoraban con él ese aniversario de Hiroshima: “Fabricar un arca de la memoria capaz de sobrevivir al diluvio atómico”, una botella arrojada “a los océanos del tiempo”, para que la nueva humanidad ―confiando en que nuestra especie siga existiendo― “sepa por nosotros lo que no han de contarle las cucarachas: que aquí existió la vida, que en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero que también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad”.
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