Es viernes, al fin. Aquí tienes nuestras mejores lecturas de la semana, con eñes y acentos, que no encontrarás en otro lugar.
El 6 de agosto de 1945, Shinichi Tetsutani era un niño de 3 años. Ese día Hiroshima fue bombardeada por el ejército estadounidense. La explosión nuclear de esa mañana puso fin a una guerra sangrienta e impuso una era de pacifismo en Japón. La bomba causó la muerte de 140.000 habitantes de la ciudad a finales de ese año. Luego, la ciudad pasó años reconstruyendo y sanando para erigirse en una suerte de advertencia contra los horrores de la guerra y del mundo posnuclear: museos, jardines, monumentos y un congreso tras otro dedicados a promover la paz. Algunos sobrevivientes y sus descendientes intentaron pasar la página. Otros se volcaron a la tarea de la memoria. Hoy, sin una gran guerra reciente, una relación cambiante con Estados Unidos y ante las tensiones geopolíticas actuales, surge un movimiento que se replantea el papel del ejército en la vida nacional. “Japón está escindido entre quienes defienden el pacifismo como virtud nacional y quienes piensan que el país debe abandonar su actitud sumisa”, escribieron Hannah Beech e Hisako Ueno en un reportaje reciente.
Shinichi no sobrevivió al bombardeo. Sus padres se rehusaron a entregarlo a una fosa común y lo enterraron a escondidas junto con una vecinita y su triciclo. Sin embargo, dice el reportaje: Cuarenta años después, los padres, con sus hijos nacidos después de la guerra, excavaron en la tierra. Encontraron pequeños esqueletos cogidos de la mano, tal y como habían sido colocados. El triciclo fue desenterrado y donado al Museo de la Paz de Hiroshima. Del interior del cráneo de Shinichi, cubierto por un casco, brotaron las raíces de una higuera y un granado. Ahora, una de las descendientes de la familia dice: “Me resulta un poco extraño decir esto en Hiroshima, pero me preocupa que podamos olvidar”. ¿Alguien te reenvió este correo? Haz clic aquí para recibirlo directo en tu buzón, gratis.
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