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Buenos días a todo el mundo. Hay fechas que cambian el curso de la historia. El 11 de septiembre fue una de ellas. Y el 7 de octubre parece ser otra. Muchos de los rehenes que Hamás secuestró hace dos años aún no han regresado a casa. La destrucción de Gaza es apocalíptica. Ahora hay cierto impulso en ambos bandos para finalizar la guerra. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, está bajo la presión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y de las familias de los rehenes. Hamás está bajo la presión de los Estados árabes y de los habitantes de Gaza, devastados por la guerra y la hambruna. Mi colega Roger Cohen viajó a Israel y encontró un país que está en una batalla por su alma. Además:
Un país consumido por la duda
Dos años después del ataque de Hamás del 7 de octubre, Israel está desgarrado. Su guerra en Gaza ha matado a decenas de miles de palestinos. Pero no ha liberado a todos los rehenes israelíes de Hamás, y el trauma sigue vivo. Un movimiento de colonos en expansión ha destrozado las aspiraciones palestinas a un Estado. Y la guerra interminable ha dejado a Israel dividido y más aislado que antes. En una visita reciente a Israel, me encontré con un país consumido por la duda. Eso fue antes de que se iniciaran las negociaciones más recientes para posiblemente liberar a los rehenes y, quizá, terminar con la guerra. Desde que comenzaron esas conversaciones, el país está aún más en vilo. Israel está en guerra con Hamás. Pero también está en guerra consigo mismo. Dos traumas La guerra más larga de un incesante conflicto palestino-israelí ha llegado a poner en tela de juicio la imagen y la comprensión que Israel tiene de sí mismo. Su ejército ha matado a más de 67.000 palestinos, según las autoridades de salud locales, y ha desatado tal destrucción sobre todos los aspectos de la vida en Gaza que gran parte del mundo lo acusa de genocidio. El antisemitismo va en aumento. Para los palestinos, y a pesar de que últimamente cuenta con el reconocimiento de más países, tener un Estado sigue siendo una aspiración lejana, en el mejor de los casos. Esa es la cuestión inamovible al centro de una guerra tras otra. El presidente Donald Trump, encogiéndose de hombros ante más de un siglo de intervenciones occidentales fallidas en Medio Oriente, ha propuesto una forma de tutela para Gaza que postula la prosperidad “elaborada por grupos internacionales bienintencionados” como “vía” hacia la paz. Pero la idea de Trump de convertir Gaza en un emporio comercial costero con “tarifas arancelarias y de acceso preferentes” y un papel marginal de los palestinos en la gobernanza parece a la vez degradante para quien vive allí y poco probable que funcione. El desplazamiento y la búsqueda de una patria son, por supuesto, intrínsecos a los destinos entrelazados de israelíes y palestinos. El Holocausto y la Nakba, o catástrofe de 1948, en la que unos 750.000 palestinos fueron expulsados durante la Guerra de Independencia de Israel, compiten por un mayor peso en la estéril balanza del victimismo competitivo. Al reavivar los recuerdos de pesadilla de estas calamidades, el ataque del 7 de octubre y la guerra en Gaza en represalia han hundido aún más a ambas partes en la enemistad. ‘Vemos al gobierno de Netanyahu como nuestro enemigo’ Los vecinos árabes hablan de un Israel imperial tras la decapitación de Hizbulá en Líbano y el golpe al programa nuclear iraní a manos de Netanyahu. Pero en Israel hay poca sensación de triunfo. Más bien, Israel ha encontrado que su enemigo más débil, Hamás, es el más inextricable, quizá porque derrotar una idea nunca es fácil. El esfuerzo ha dejado al país debatiendo si ha perdido el rumbo y sus ideales. Negociadores israelíes y de Hamás sostuvieron el lunes conversaciones en El Cairo sobre un posible intercambio de rehenes israelíes en Gaza por palestinos detenidos en prisiones israelíes. Se calcula que 20 rehenes —y los cadáveres de otros 25— llevan retenidos en Gaza más de 725 días. Nimrod Cohen se encuentra entre ellos. Hace poco cumplió 21 años. Cada pocos meses, su madre, Vicki Cohen, y su marido, Yehuda, reciben comunicaciones de “señales de vida” del ejército israelí. Cientos de miles de israelíes, incluidos los Cohen, han salido a las calles para exigir al gobierno que reconozca la angustia del país y dé prioridad a la liberación de los rehenes. “Vemos al gobierno de Netanyahu como nuestro enemigo”, me dijo el padre de Nimrod. “Solo ha prolongado la guerra para poder sobrevivir”. En su opinión, la única forma de poner fin a la guerra es que Trump obligue a Netanyahu a hacerlo. Pregunté a los Cohen qué sienten hoy por su nación. “No quiero que mi país sea uno que gobierne a los demás”, dijo el padre de Nimrod. “No quiero vivir en un país cuyas fronteras internacionales no estén declaradas ni reconocidas. Quiero vivir en un país normal”. El saldo en Gaza
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