|
Este es el boletín de la sección de Madrid de EL PAÍS, que se envía cada martes y al que se suma otra entrega los viernes con planes para el finde. Si no estás suscrito, puedes apuntarte aquí.
Toc, toc. ¿Hay alguien ahí?
En el Museo Thyssen de Madrid coinciden estos días dos exposiciones de las que todo el mundo habla. Dos vis a vis artísticos que exploran la continuidad de los géneros pictóricos a través de la relación entre Picasso y Klee, por un lado, y Warhol y Pollock, por otro. Ambas muestras derriban ideas preconcebidas y merecen ser vistas como sendos actos de reconciliación en la era del disenso. Aunque sea desde la otra vida.
A pesar de la voluntad deliberadamente rupturista del arte del siglo XX, siempre es posible tender puentes entre las vanguardias y el pasado histórico en el que se entroncaron. Queda patente, por ejemplo, en el respeto que artistas como Klee y Picasso, dos Pablos e iconos de su tiempo, mostraron a los tradicionales géneros de la pintura: el retrato, el paisaje, el bodegón, el desnudo. En torno a esas cuatro temáticas gravita Picasso y Klee en la colección de Heinz Berggruen (hasta el 1 de febrero de 2026), como cuenta Silvia Hernando en este estupendo reportaje.
Paul Klee y Pablo Picasso fueron sin duda nombres mayúsculos de la primera mitad del siglo XX. El primer asociado a movimientos como el surrealismo y el expresionismo y, el segundo, iniciador del cubismo que sacudiría los esquemas del arte. Se diría que su obra funcionó como dos polos opuestos: Klee partía desde un punto de vista más arraigado a la mentalidad del norte de Europa, intelectual y musical, mientras que Picasso era, sin embargo, mediterráneo, terrenal e intuitivo. La muestra se esfuerza por encontrar puntos en común entre ambos. Existe una estancia dedicada a los retratos y al concepto de máscara, que ambos cultivaron y que despertaba significados ocultos en la representación de la apariencia.
Mientras que la comparación entre Picasso y Klee requiere de una lectura detenida, puesto que las asociaciones son más sutiles, la de Warhol y Pollock es una propuesta de efectos panorámicos y grandes impresiones. Warhol, Pollock y otros espacios americanos (hasta el 25 de enero de 2026) cuestiona la habitual confrontación entre la abstracción masculina e instintiva que encarnaba uno y la figuración gélida del pop del otro. En las pinturas de Warhol hay una profunda reflexión sobre el trabajo de Pollock de los años cuarenta y cincuenta que puede apreciarse, por ejemplo, en una botella casi expresionista de Coca-Cola o en las famosas imágenes de Elvis.
La exposición pretende acabar con el canon, esas definiciones tan claras de las que se vale la historia en sus diferentes relatos para poder contarse a sí misma. “La historia la troceamos porque así se entiende de manera más fácil”, explicaba la comisaria a mi compañera Ana Marcos, “pero esto no es así, por eso con esta exposición cuestionamos la idea del espacio y cómo es concebido en Occidente de manera binaria”. Dos muestras para consolarse en tiempos de disenso y enfrentamiento. Al menos, en parte.
¿Y tú qué opinas? Te leo en: nlmadrid@elpais.es
|